miércoles, 2 de noviembre de 2011

La carta

Para mi amigo Van Ajemian Querida hija:

Ya sé que no quieres que te dé explicaciones del dinero que me mandas, no pienso dártelas, nomás te voy a decir en qué se me fueron los últimos dolaritos que me depositaste.

Don Juan y doña Agustina se enteraron de que te fuiste pa’ los Estados Unidos y no se tardaron nada en invitarme a la boda de su hija Concha, ésa que ya se andaba quedando, quién sabe con qué tretas se amañó un novio que la mera verdad tiene cara de sinvergüenza, ¿pues no me pidieron que fuera su madrina de mole? y ni modo que me negara, a esas cosas una no puede decir que no, así que una parte del dinero se me fue en los ingredientes para la preparación del mole, ¡cómo han subido las cosas! Te caes de espaldas de lo caro que está todo, siquiera que nomás fue el mole y no el tequila. En la boda, los convidados me felicitaron por lo bueno que me había quedado el guiso, hice bastante, no quería que pensaran que yo era una coda o que a ti no te iba bien. Ahí me divisaron don Marcelo y doña Cuca, los papás de Angelita, ¿te acuerdas de ella? Es la que se enredó con un muchacho que luego luego se desapareció y ya no volvimos a saber de él, pues tiene una niña, una chamaquita que no tiene nombre porque no la han bautizado y eso sí está mal, yo se los dije y por andar de bocona me pidieron que fuera la madrina de bautizo, me tocó comprarle el traje y la medallita, pero también pude escogerle el nombre, le pusimos como tú, porque tú eres la que nos mandas el dinero para que se hagan todas estas cosas.

Durante la misa, el padre Ponciano dejó a un lado el sermón para mejor decirnos todas las cosas que hacían falta en la Iglesia, dijo que nosotros sólo vamos a apoltronarnos en las bancas y que no vemos que al templo le hace falta una remozadita y una pintadita, a los asientos una barnizadita y que los pobres santitos ya van necesitando otros vestiditos porque los que traen ya están de plano muy feítos; todo esto lo decía sin quitarme los ojos de encima y de veras, de veritas, que yo sentí que todo me lo estaba diciendo a mí, ¿pues cuánto creerá que me mandas? A la hora de la hora, la canasta de las limosnas no me la pasaron, me la soltaron en las manos, el acólito me la dejó y con su carita de ángel esperó a que yo sacara mi cartera y me despidiera de mi billete de quinientos pesos.

Allá mismo, a la salida del bautizo, ¿a quién crees que vi? A Lupercio. Todavía no andaba tomado, es que era retetemprano, se presentó para pedirme un préstamo, me dijo que le había ido mal, que le iban a quitar su casa y hasta su tierra porque andaba bien endeudado, estaba desesperado, en serio que lo vi fregado, nunca te imaginas ver a un hombre como Lupercio suplicar por dinero y sabes qué, que pensé en la pobre de Vicenta, su mujer, es una santa esa pobre Vicenta, mira que lo ha aguantado como sólo ella ha sabido hacerlo. Pues, ay, hija, no te vayas a enojar, pero le presté, ¿qué hace uno?

Doña Candita vio que le presté dinero a Lupercio y qué crees, que se suelta llorando y me cuenta la historia de su hijo Nicolás, no sé si te acuerdes de él, un muchachito al que atropellaron en la carretera, le mocharon las piernas, nomás le quedó el tronquito. Pues es la desgracia de doña Candita, ese Nicolás no tiene cómo moverse, da harta pena verlo, los vecinos, tan acomedidos, le acondicionaron una tablita con ruedas y con jaladera, ahí se monta el muchacho, así como puede y la pobre mujer ahí lo va jalando. Te parte el alma, hija. Doña Candita ya está grande y además de un montón de años, tiene artritis, nomás la vieras, se le salen de la piel las rodillas torcidas, las manos de tan chuecas se le quiebran, ya está como para que la jalen a ella, de veras. Pues me pidió que le cooperara con la silla de ruedas, no te vayas a creer que una nueva, ésas cuestan un ojo de la cara y la mitad del otro, no, es una silla que sacaron de un tiradero de basura o vete tú a saber de dónde, una cosa ya bastante usada y oxidada, pero dice ella que sirve bien. Le pregunté que cuánto tenía juntado, que cuánto le hacía falta y me dijo que todo, que no había podido juntar nada. ¿Pos qué hace una? Se me hizo feo que si cooperé para una boda que ni me va ni me viene, no coopere yo con doña Candita. Enseguida le di el dinero, ya se me había ido casi todo y nomás tenía yo unos días de haberlo cobrado, no si el dinero se va como agua, como agua nomás.

Terminado el bautizo jalé para la casa y no vas a atinar quiénes me estaban esperando en la puerta: doña Ramoncita y su hija Chana. Seguro las recuerdas, doña Ramoncita vendía chiles secos de casa en casa, yo a veces le compraba, no porque me hicieran falta sus chiles, lo hacía para ayudarla; Chana, su hija, es como de tu edad, pero está tan acabada la pobre, sus cabellos trenzan canas. Es esta vida de pueblo, hija, es este medio comer, este medio vivir. Si las vieras, no las reconocerías de lo flacas y desmejoradas que están. Venían bien cubiertas ocultando la pena con sus rebozos y así, disimulando su vergüenza me dijeron que no tenían a quién recurrir y que con mucha pena venían a pedirme prestado porque había fallecido la mamá de doña Ramoncita, una viejita que ya estaba muy grande de a tiro, ya tenía mucho de no salir ni a la puerta, pues no vas a creer que ya tenía rato de muerta y ahí la tenían a la pobrecita envuelta en una sábana porque no tenían para el entierro, ni para la caja, ni para nada y se les hacía muy feo abrir un hueco para ir a tirarla a la tierra así nomás. Si no se tuvo decoro en vida, siquiera que se tenga para morir con dignidad. Entonces, hija, saqué todo lo que me quedaba. Total, ¿qué es el dinero? Nada. Todito lo que me mandaste se me fue, pero no importa porque prontito se viene el otro mes y con el permiso de Dios, me vuelves a depositar otro poquito.