jueves, 8 de diciembre de 2011

Árboles de durazno

Para Jorge en su cumpleaños

Rosa María espera a que sea primavera, es la estación del año en la que los árboles de durazno echan esa flor rosada y blanca y las abejas llegan presurosas a libar todo el néctar; la miel de durazno es una delicia, es su favorita.

Después de que los árboles se llenan de flores y de que las abejas ya extrajeron hasta la última gota de su sabor; entonces, las flores son sustituidas por frutos: unos duraznitos verdes, pequeñitos. Rosa María cuida que no les falte agua, que no les caiga plaga, que los gusanos no piquen los frutos. Es una gran labor, dice Rosa María, me gusta mucho estar contemplándolos, así se me pasan las horas volando.

Al cabo de algunos meses de sol y agua, de amor y cuidado, los duraznos serán recolectados en grandes canastos. Los corto verdes, en el camino se irán madurando, dice Rosa María con su tijera en la mano.

Éste es el trabajo que Rosa María más disfruta y sin embargo, sólo puede hacerlo unos meses del año. Una vez hecha la colecta y habiendo llenado los canastos que son llevados por grandes camiones, Rosa María se queda desempleada. En años anteriores había laborado en una cafetería de comida mexicana, pero este año no la van a necesitar porque vienen de México unas recomendadas del dueño. Tachita, la amiga de Rosa María, le dice que se vayan a Los Ángeles a chambear, que Fresno está muerto después de la cosecha y ellas, madres solteras, no les pueden decir a sus niños que nada más se come cuando hay trabajo. Rosa María está renuente pero se da cuenta que Tachita tiene razón; por su hijito Luis, tiene que buscar otras entradas, no hay quien vea por ellas, están solas en esa tierra.

Encomendadas a su santo se van a Los Ángeles. Pero qué barbaridad, que grandotota es esta ciudad. ¿Y para dónde jalamos? ¿A quién vemos? ¿Con quién hablamos?

Las niñas con sus niños no hablan inglés, se les ve a leguas inmigrantes. Cansadas, con hambre y acaloradas, no atinan qué hacer; una señora –tan buena gente- les dice que en los parques dan –gratis- almuerzos a los niños.

A un parque van a dar, los niños se forman en una hilera larga, cuando les llega el turno les dan una bolsa de papel de estraza que contiene una lechita fría, una manzana, un sándwich de pavo y una ensalada. ¡Te lo comes todo, no vayas a dejar nada! Los niños devoran, las madres no pueden probar nada: La comida es para los niños solamente, dice la encargada. Tachita y Rosa María se saben aguantar el hambre y no tocan ni las migajas. Cuando los niños terminan –y si ha sobrado comida- pueden volver a formarse, Luisito y Nicolás se enfilan y reciben entonces lo que será el almuerzo de sus madres.

Satisfechas dejan que sus niños jueguen en el parque, que se suban a la resbaladilla, que se mezan en los columpios, que se desquiten en el sube y baja. Entre tanto las madres conversan, ven la manera de buscarse un trabajo. Por aquí hay bonitas casas, dice Tachita, ve por los niños y vamos a preguntar si no ocupan ayuda. Luisito y Nicolás acompañan a sus madres; caminan todas las calles, tocan todos los timbres y en cada casa se les contesta lo mismo: No, thank you. En una nos van a querer, dice Tachita, en una nos van a agarrar. Sin dejarse vencer, siguen y siguen. Una y otra vez, la misma pregunta, la misma respuesta.

En una casa con gran jardín, Rosa María ve dos árboles de durazno y dice: Aquí me gustaría servir. Toca el timbre y sale a su encuentro una señora mayor de cabello blanco y ojos azules que se le ven iluminados con los últimos rayos del sol. Rosa María le hace la solicitud. La señora la mira con una extraña cortesía, con un ademán le pregunta por Luisito; Rosa María se hace entender, le dice -como puede- que es su hijo y que en el contrato también entra él. La señora es de edad avanzada, le cuesta caminar, se auxilia con un bastón y le dice a Rosa María que sí necesita quien la ayude a limpiar y a guisar. Yo hago eso y más: puedo ir por la compra, podar el césped y, lo que me gusta, cuidar los árboles de duraznos. La señora está de acuerdo, le abre las puertas a Rosa María y a Luisito. Ellos entran, en la casa caminan con tiento, cuidando el rumbo. Están conscientes que es una casa extraña y que ellos sólo están ahí para agradar, para hacer favores, para ayudar.

En la casa viven, además de la señora Thompson, el señor Thompson y su hijo John. John es especial, ya tiene unos cuarenta años pero se sienta con Luisito a jugar, son compañeros de andanzas, se hacen amigos inseparables, como si fueran dos niños de la misma edad.

Luisito entra a la escuela a cursar el primero de primaria, es un alumno aplicado y se destaca porque sabe escuchar. Con sus clases y las tardes de juego que pasa con John, aprende el inglés, así como lo hablan los americanos y entonces se convierte en traductor. Luis es el enlace entre la señora Thompson, el señor Thompson, John y su mamá. Es tan importante su labor, que se vuelve esencial, todas las conversaciones pasan por la boca de Luis. Por él se entera Rosa María que la señora Thompson quiere que ella aprenda el inglés y le dice que junto a la high school, está la escuela de adultos a donde puede asistir, no cuesta, ni piden nada, yo te compro los libros, le dice la dueña de la casa. Rosa María acepta, sólo se ausenta unas horas; antes de dejar a Luisito acostado, ya han rezado el ángel de la guarda, se dan un beso y se dicen adiós. Rosa María asiste cada noche a la escuela para adultos, mas sin embargo, no aprende el inglés como lo ha aprendido Luisito, a ella se le dificulta mucho. A fuerza de perseverancia y tesón, como que le empiezan a entrar las palabras y adivina en ellas su significado.

Luisito, en cambio, se ve despegar. En la escuela le entregan diplomas que premian su asistencia perfecta, su puntualidad, su aprovechamiento académico y su compañerismo. Es promovido a segundo año al grupo de los niños avanzados.

A Rosa María eso la tiene muy contenta, eso y que los duraznos se están dando dulces y jugosos. La señora Thompson la enseña a hacer peach pie y peach jam.

La vida en California es de trabajo y Rosa María ve los frutos de su labor. A semejanza de los duraznos, su hijo está creciendo dulce y sano.

Es un buen verano, Rosa María ya cumple un año de trabajar ahí. Tachita y Nicolás también encontraron su lugar, los Thompson los recomendaron con la señora Jones; no viven cerca de Rosa María, pero todavía se frecuentan.

Empero hay algo que enturbia su felicidad, el señor Thompson fallece de un infarto cerebral. Su cuerpo es cremado. En una ceremonia íntima y familiar, donde sólo asisten Rosa María, Luis, John y su mamá, las cenizas son depositadas en la tierra que nutre al árbol de duraznos del front yard.

Después del primer año, los demás se van yendo como agua. Luisito ya está por pasar a la middle school y entonces la señora Thompson le dice a Rosa María que la quiere legalizar, que va a contratar a un abogado para que, tanto Luisito como ella, sean ciudadanos americanos. Los trámites se hacen, el dinero se paga, los documentos se mandan y en unos años llegan los papeles. Es un día feliz en la casa de la señora Thompson.

En ese día de celebración, la señora Thompson lleva a su criada a su cuarto. Rosa María, le dice, estoy preocupada, pronto voy a partir y no tengo a nadie que se encargue de John. Yo he pensado en proponerte algo. He pensado, le dice, en hacer mi testamento y heredarte esta casa, también te dejaré algo de dinero; pero a cambio, debes prometerme que cuidarás de mi hijo, que lo atenderás como lo has hecho, que velarás por él, que no le faltará nada, ni cariño, ni cuidados, que dormirá en su mismo cuarto. ¿Lo prometes? ¿Puedo contar contigo? Rosa María hace la promesa. La señora Thompson la abraza, le está dejando su más preciado tesoro: a su hijo John.

Al cabo de unos cuantos meses, la señora Thompson fallece y como su esposo, es incinerada y sus cenizas son depositadas en el otro árbol de duraznos.

De esto ya han pasado muchos años, Luis, el hijo de Rosa María, y su esposa Blanca, viven con su hijo David en la casa que la señora Thompson les heredó. David es compañero de escuela de mi hijo Misael. Muchas veces lo invita a su casa a jugar, juega con ellos también John, quien es ahora compañero de juegos de David.

Basado en una historia real.

Rosa María ha cumplido su promesa, se ha encargado de todo: de la casa, de su hijo, de John y de los árboles de durazno.

3 comentarios:

  1. Vero, me gusto' mucho. Es una historia sobre nosotros, seres mortales, con virtudes inmortales. Gracias. Van

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  2. Gracias, Van,
    Me alegra mucho que te haya gustado. Todo sucede en Montebello :)

    Un abrazo,
    Vero

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  3. FUE RAPIDO Y MUY ENTRETENIDO GRACIAS ME GUSTO MUCHO Y LO QUE MAS ME GUSTO ES QUE TOMAS EL LADO MAS POSITIVO QUE SE LE PUEDEN TOMAR A LAS COSAS GRACIAS!

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